Hasta hace cinco años yo habría respondido que me visto para salir. O mejor dicho, ni siquiera habría entendido la pregunta. Me habría quedado mirando a mi interlocutor con cara de “¿te estás quedando conmigo?” Uno se viste para salir decente de casa, para estar presentable ante el público callejero, ante sus amigos o ante si mismo cuando se mira de reojo en el reflejo de algún escaparate o en el espejo del ascensor (sí, ese que tiene una luz que te hace brillar todos tus defectos cutáneos).
Ciertamente, eso de viajar y conocer mundo hace que la mente se te estire como un chicle y consideres opciones que ni siquiera podrías haber imginado que existían. Porque aquí en Nueva York, las respuesta a la pregunta suele ser “me visto para entrar”. Por ello, es lo más normal del mundo ver a hombres y mujeres hipertrajeados pero con unas zapatillas de deporte roñosas y sucias que hacen tiritar cualquier resquicio de sentido estético que uno pueda tener, pero no importa, porque justo antes de entrar en la oficina (voilà la palabra mágica, “entrar”) sacarán sus zapatos impecables y se los calzarán. Para que los cuatro de siempre te vean monísimo, aunque haya cuatrocientos que te hayan visto hecho un desastre por la calle.
¿Maquillarse para salir de casa? ¿Para qué? No hombre, no. Maquíllate en el metro y pon a prueba tu pulso y la salud de tu ojo al compás del chacachá. Que lo importante es que antes de llegar a tu destino estés guapísima, hayas salido como hayas salido de casa.
Y diréis que el día menos pensando la gente sale en pelotas. Pues más o menos. Yo de momento ya he visto a un chico cambiarse en pleno Manhattan la camiseta del pijama (sic) por una camisa recién drycleaneada (y de marca MUY cara, no hablo de un pringaos como yo que vamos de baratillo).
En fin, tengo que reconocer que esto es parte del encanto de esta ciudad. No necesitas vestirte para salir, y si no que se lo digan al famoso cowboy de Times Square.
Responder